Dos elementos más para entender el “secuestro” de don Manuel Serrano Vallejo, plantea el líder antorchista Aquiles Córdova Morán


En un comunicado, el dirigente de Antorcha Campesina, Aquiles Córdova Morán, plantea una serie de circunstancias que envuelven el secuestro del padre de la alcaldesa antorchista de Ixtapaluca, Maricela Serrano Hernández.

Aquí el comunicado:

A estas alturas no puede caber ya ninguna duda razonable de que el “secuestro” de don Manuel Serrano, padre de la alcaldesa antorchista de Ixtapaluca, Maricela Serrano Hernández, no fue una fechoría más del “crimen organizado”, es decir, que no se trató de un chantaje criminal para cobrar un jugoso rescate a cambio de su vida.

Ni las características personales y sociales del secuestrado, ni el comportamiento y exigencias de los secuestradores en las pocas llamadas telefónicas que hicieron a la familia, ni el contexto político en que se inscribió el hecho, ni los sucesos mediáticos que siguieron (y siguen todavía) al secuestro, ni la curiosa reacción de los funcionarios de las áreas de seguridad pública y administración de justicia del Estado de México permiten concluir que se trató de un eslabón más de la cadena de inseguridad que vive el país.

Evidentemente, se trata de algo mucho más grave que pone a la orden del día la cuestión de si el país se va despeñando, insensiblemente quizá, hacia una especie de fascismo criollo en que todos los mexicanos, incluidos quienes aplauden la brutal agresión, se suman a ella poniendo a su servicio su pluma y la tribuna de que disponen, o guardan un silencio cómplice, quedaremos a merced de una variante indígena de los “camisas pardas”, las “centurias negras” o de los “escuadrones de la muerte”, sin que haya poder o institución alguna que quiera o pueda librarnos del espantoso peligro. Y es por eso (y queriendo, quizá ingenuamente, hacer un modesto servicio a la nación) que hoy, a pesar de no ser ya necesario, doy dos elementos de juicio más para dimensionar correctamente la verdadera trascendencia de lo ocurrido a la familia Serrano Hernández y alertar con ello a los mexicanos de buena fe que, afortunadamente, somos todavía la gran mayoría del país.

El primero de esos elementos tiene que ver (¡una vez más!) con los medios informativos. Según hemos documentado los antorchistas con algún acceso (precario) a la prensa, no ha habido un solo día, desde el nacimiento mismo de nuestra organización, en que no aparezca una nota difamatoria, un ataque vil (puesto que nunca, absolutamente nunca, nadie se ha molestado en probar, ni poco ni mucho, ni bien ni mal, sus acusaciones) disfrazado de “noticia”; en que no se mienta, se distorsione, se exagere o se invente simple y llanamente un delito atribuido a los antorchistas.

Por nuestra parte, equivocando en parte el camino, hemos respondido a tan furibunda como tenaz campaña de injurias y de odio visceral sin fundamento, bien atribuyéndola a la venalidad de los periodistas y/o del medio mismo como tal, bien a intereses y puntos de vista dictados por una posición sectaria, arrogante y violentamente excluyente, propia de ciertas corrientes políticas que no es necesario mencionar ahora pero que todo mundo conoce.

Esta estrategia defensiva sólo nos ha acarreado más y más virulentos ataques mediáticos y una cerrazón casi absoluta, tanto para valorar nuestros argumentos y para rectificar si fuere el caso, como para dar cabida a nuestros alegatos y pruebas en uso de nuestro legítimo derecho de autodefensa.

Pero hace ya un rato que nos dimos cuenta de lo erróneo de nuestra defensa, porque es incompleta, unilateral en cuanto que sólo ve y exhibe al periodista y/o al medio que nos ataca, pero deja en la sombra, intocado e impune, al poderoso (funcionario, político o personaje de la vida pública) que, en el 99% de los casos, se esconde detrás del ataque.

Se nos acusa, p. ej., de todo tipo de delitos del orden común, desde el robo y despojo de bienes inmuebles hasta delitos de sangre, y no se vacila en responsabilizar a los aparatos de justicia y de gobierno de los tres niveles de “proteger”, “solapar” y “alentar” a los “antorchos” a cometer tales abusos. Pero los únicos que salimos a desmentir los cargos y a negar todo contubernio con las autoridades somos nosotros.

Pareciera que a las autoridades al mismo tiempo acusadas, les tuvieran sin cuidado los señalamientos en su contra. ¿Por qué? Si los delitos de Antorcha son reales, ellas deberían actuar; si no lo son, deberían aclararlo puntualmente, y no tanto por respeto a la verdad, sino para dejar a salvo su propio desempeño.

Ítem más. Se afirma sin recato que los líderes antorchistas no defienden ninguna causa legítima; que son unos farsantes, impostores y vividores que “lucran con la pobreza ajena”, quedándose con “todo el dinero” destinado a los pobres que dicen representar; que son unos chantajistas que extorsionan al gobierno (federal, estatal y municipal) para obligarlos a hacerles concesiones absurdas e ilegítimas, con las que esos “lideres” se han forjado una fortuna “inimaginable”.

Y se cierra el capítulo “acusando” al gobierno de ser débil y pusilánime por dejarse extorsionar en vez de reprimir con mano de hierro a los vividores. Otra vez ocurre aquí que sólo los antorchistas nos defendemos de tales infamias, mientras los funcionarios aludidos guardan cauto y sospechoso silencio.

¿Por qué callan cuando son ellos, y sólo ellos, por razón de su cargo, los que saben mejor que nadie cuál es la verdad en estos casos?

Si tienen pruebas de la corrupción y el chantaje anorchista, ¿por qué no las exhiben? Y si no hay tales pruebas, ¿por qué callan la verdad y dejan que la calumnia se despache a su gusto?

Hay una sola explicación coherente: porque son ellos mismos quienes promueven y pagan los ataques (e incluso los que proveen los “argumentos” a los medios), con tal de negar la solución a las demandas populares e impedir el desarrollo de organizaciones independientes y con verdadera fuerza de masas.

En resumen, pues, las guerras mediáticas no hablan sólo, o no tanto, de la venalidad de los medios y del odio sectario de corrientes políticas excluyentes e intolerantes, sino ante todo hablan de una política represiva instrumentada por ciertos gobernantes y grupos de poder fáctico opuesta al trabajo y al desarrollo de organizaciones demandantes e insumisas, a las que preferirían suprimir para librarse de su molesta actuación.

De aquí se deduce que la intensidad, la virulencia, los enormes costos financieros y la abierta protección de algunos cuerpos de seguridad a la guerra de “espectaculares” que se ha desatado en estos días, con todo descaro y en abierto desafío a la ley y al sentido común de la opinión pública, debe ser entendida como el mensaje de quienes se hallan detrás del “secuestro” del señor Serrano Vallejo y como prueba del carácter político de dicho “secuestro”. Igual lectura debe hacerse de las notas de prensa que, en estos mismos días, se dedican a repetir las “denuncias” sobre las “marchas y bloqueos” (?) de los “antorchos” y sobre sus “múltiples invasiones de predios”, toleradas por autoridades como el gobierno del distrito Federal.

Todo esto, sumado a la obsecuencia con que “respetables órganos de prensa de izquierda” se prestan a servir de refuerzo a la campaña mediática de torvos criminales que, no conformes con el crimen cometido contra su padre, se ensañan también con amenazas e insultos soeces contra Maricela y sus compañeros, no es más que “la continuación por otros medios” de la guerra fascista de represión contra la lucha y la organización popular representada por los antorchistas.

El otro indicador lo diré en forma breve. Se trata del sospechoso y espeso silencio que ha envuelto y ocultado el secuestro de don Manuel Serrano, silencio que se comprueba fácilmente en todos los principales noticiarios de la televisión.

Todos sabemos el jugo que este medio suele sacarle a sucesos que se prestan para el manejo amarillista y para manipular la buena fe y el sentimentalismo del mexicano; sabemos del lugar privilegiado que otorga a tales sucesos por aquello del “rating” que les permite venderse mejor a los anunciantes.

Por eso sorprende ¡y mucho! que ni siquiera el conocido noticiario nocturno que ha hecho de su odio al antorchismo su timbre de honor ante el público, haya dicho “esta boca es mía” sobre la tragedia de la familia Serrano Hernández.

Aquí no hay, no puede haber casualidad, y no creo que nadie se engañe al respecto: alguien con mucho poder o con mucho dinero compró el silencio de los medios. ¿Se necesita algo más para darse cuenta del mar de fondo que se oculta tras el “secuestro” y para advertir el riesgo de un fascismo mexicano que debe ponernos a temblar a todos? Vuelvo por ello a pedir respetuosamente al señor Secretario de Gobernación, Lic. Miguel Ángel Osorio Chong, su decisiva intervención para esclarecer el crimen y castigar a los culpables antes de que sea demasiado tarde.

De no ser así, lo repito hoy con mejores razones: ¡sólo Dios dirá!


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