¿Qué reforma energética es, no la ideal, sino la posible?, advierte, Aquiles Córdova Morán, dirigente de Antorcha Campesina
Por:
Expediente Quintana Roo
Publicado:
México, D.F.- El dirigente de Antorcha Campesina, Aquiles
Córdova Morán, advirtió en un comunicado, sobre los riesgos de las reformas de
ley que pretende el gobierno de la Repúbica y de los verdaderos retos que
enfrenta el presidente Enrique Peña Nieto, que es la pobreza en la que viven
millones de mexicanos.
Aquí el comunicado:
Por lo que se ha escrito antes y se escribe y
dice hoy, parece claro que el actual gobierno de la República sabe que el
verdadero desafío que enfrenta no es sacar adelante las reformas en proceso
(política, educativa, hacendaria, energética, de combate a la delincuencia,
etc.), ni siquiera recuperar el crecimiento económico del país, sino abatir la
pobreza que aqueja a la mayoría de la población y comenzar a elevar, de manera
visible y sostenida, su nivel de vida.
Las reformas, por tanto, serían sólo los
instrumentos idóneos para lograr tales propósitos.
A diferencia de lo ocurrido en administraciones
pasadas, ahora no sólo se habla francamente del problema, sino que, además, se
puntualizan las medidas que se consideran adecuadas para su solución de fondo:
a).- nueva estrategia contra la violencia y la inseguridad que incluye, entre
otras cosas, fortalecer la prevención del delito y atacar sus causas, y no sólo
sus consecuencias, mediante una mayor participación de la comunidad, así como
profesionalizar y mejorar el sistema de impartición de justicia; b).- hacer
realidad el derecho a la salud para todos, abriendo hospitales, clínicas y
centros de salud, dependientes de la federación y de los estados, a cualquier
ciudadano que lo necesite, mediante la reestructuración radical del sector
salud; c).- un nuevo sistema de seguridad social universal que comprenda seguro
contra el desempleo, para una vejez digna y contra accidentes de trabajo; d).-
reforma educativa con calidad académica y mejor infraestructura material del
sistema educativo nacional, educación obligatoria y gratuita hasta el
bachillerato, con un sistema de becas que evite deserciones por causas
económicas, y mayor cupo en universidades a fin de que nadie se quede fuera por
falta de lugar y e).- empleo digno y bien remunerado para la población
económicamente activa (PEA).
Resulta difícil, pues, no estar de acuerdo con
esta oferta de crecimiento y desarrollo nacional.
Sin embargo, como también afirman con todo
realismo los autores del proyecto, para cumplir con esto se requiere un
respaldo financiero suficiente que la raquítica recaudación actual no puede
proporcionar.
De ahí la necesidad de la reforma hacendaria que,
al parecer, se aprobó en términos que resultan satisfactorios para las
necesidades del plan, con el mérito adicional de que se mantuvo libre de
impuesto a las medicinas y los alimentos. Pero, así se nos advirtió, esto no
basta.
Para generar empleos de calidad, con buenos
salarios y seguridad universal, se requiere, además, recuperar el crecimiento
económico, y para ello, se proponen ocho acciones básicas, la tercera de las
cuales es, precisamente, la reforma energética que hoy se discute.
Ahora bien, de las diversas alternativas que se
han barajado en los medios, dos de ellas, en mi modesta opinión, deben ser
desechadas en automático: la que propone dejar las cosas como están y la que
aconseja abrir las puertas de PEMEX, sin más, a la inversión extranjera, a
cambio del pago de regalías previamente convenidas.
La primera porque no resuelve el problema de la
pobreza y de la falta de crecimiento, y la segunda porque nos devolvería a la
situación que existía antes de la expropiación del general Cárdenas, lo cual
rechazaría sin duda el pueblo de México.
Quedarían entonces sólo dos: la que propone la
izquierda, cuyos ejes son bajar los impuestos que paga la paraestatal al
gobierno para liberar recursos y así realizar las cuantiosas inversiones que se
necesitan, y reestructurar a fondo la administración para erradicar la
corrupción y el saqueo de la empresa; la otra, la del gobierno, propone
mantener firmemente la propiedad de la nación sobre sus energéticos y, sobre
esa base, buscar acuerdos con el capital privado para llevar a cabo inversiones
conjuntas, buscando un beneficio satisfactorio para ambas partes.
Según los medios, parece ser que hay consenso en
disminuir la tasa impositiva que PEMEX paga al gobierno, ya que de otro modo la
empresa no tendría siquiera la posibilidad de llevar a cabo las inversiones que
demanda su operación normal; pero la opinión oficial es que, aun así, los
recursos liberados no bastarían, ni de lejos, para realizar las cuantiosas
inversiones que se requieren para una mejor y mayor explotación de nuestros
recursos energéticos.
Esto es cuestión de ponerse a hacer números por
ambas partes. También parece haber acuerdo en la necesidad de combatir la
corrupción en la paraestatal, pero el gobierno no cree que de allí resulten
recursos suficientes, a diferencia de lo que sostiene la izquierda.
En mi opinión, y sea cual sea el monto estimado
de la corrupción, el verdadero error (y por tanto, la inoperancia de la
propuesta de la izquierda) radica en que es imposible acabar con la corrupción
en una economía de “libre mercado”, como lo demuestran hasta la saciedad todas
las “reformas” emprendidas con ese fin hasta la fecha, tales como la reforma
política, que no nos ha hecho más democráticos que antes; o las leyes que
garantizan el derecho a la información, la transparencia o la “rendición de
cuentas”, que tampoco han hecho menos corruptos.
Y es que la corrupción no es una “enfermedad” del
sistema, sino algo consustancial al mismo, algo que brota de las propias leyes
que rigen la existencia y el funcionamiento del mercado.
La combinación del trabajo humano (pensado como
fuerza humana capaz de transformar la materia bruta que nos da la naturaleza) y
esta misma materia bruta, da por resultado un objeto útil, un valor de uso.
Pero el valor de uso, es decir, la forma visible
en que se materializa el trabajo humano general, lejos de hacer iguales a sus
productos, es la causa de su diversidad cualitativa y, por tanto, el obstáculo
para su intercambio como iguales en el mercado.
Para convertir esta diferencia en identidad, tal
como lo exige el mercado, no hay más remedio que emprender un “viaje de retorno
al origen”, es decir, volver a concebir la mercancía como materia bruta sin
valor, por un lado, y como trabajo humano abstracto, fuente de todo valor, por
otro.
Sólo así, pensadas como “trabajo humano abstracto
posteriormente cristalizado” en forma de valor de uso, las mercancías pueden
igualarse las unas con las otras a pesar de sus diferencias físicas visibles y,
por tanto, intercambiarse sin problema.
Pero el “viaje” es puramente mental y, por tanto,
queda pendiente el problema de cómo hacer visible su resultado.
Esto se logra, precisamente, cuando el mercado
equipara una mercancía con otra cualquiera en la relación de intercambio; pero,
al hacer esto, el valor de la primera se independiza y cambia de forma al pasar
a habitar, por decirlo así, el cuerpo de una mercancía distinta.
Tal proceso de independencia y cambio de forma
del valor, tiene su expresión suprema y definitiva, como se sabe, en el dinero,
el cual se convierte así en “equivalente universal”, es decir, en la forma
independiente universal del valor de todas las demás mercancías.
Con el dinero, el valor independizado se
convierte en precio, y éste, en consecuencia, puede variar aunque el valor se
mantenga constante.
Es así como surge la famosa “ley de la
ofertay la demanda” según la cual los
precios varían sin ninguna relación aparente con el valor; y de aquí también
nace el hecho de que puedan comprarse y venderse por dinero cosas que, de suyo,
no son mercancías.
“A partir de este momento, dice Marx, todo se
convirtió en objeto comercial, incluso aquello que hasta entonces se compartía
entre todos, pero nunca se cambiaba: la virtud, el amor, las convicciones, el
saber, la conciencia, etc. Comenzó así el período de la corrupción general, de
la venalidad universal…”
He aquí por qué ninguna sociedad capitalista está
libre de corrupción. Ésta puede variar de forma, por ejemplo, de un país
desarrollado a un país pobre, pero podemos estar seguros de que en ambos casos
existe y juega un papel vital en la existencia y funcionamiento del sistema.
Por eso, de seguirse el camino que propone la
izquierda para la reforma energética, el fracaso es seguro; PEMEX seguirá tan
corrupto como hoy y los beneficios de la reforma quedaran en meras buenas pero
fallidas intenciones.
No hay más camino que intentar hacer valer,
frente al terrible poder del dinero, el valor de la propiedad nacional sobre
los energéticos, para intentar acuerdos mutuamente benéficos y reversibles en
caso de que las condiciones varíen.
Que esto tiene sus riesgos y sus costos es
innegable; pero no tiene sentido pedir a los señores de las finanzas mundiales
que se comporten como hermanas de la caridad.
Así son las cosas y con ellas hay que operar, si no
queremos quedarnos inmovilizados para siempre.
Así son las cosas y con ellas hay que operar, si no queremos quedarnos inmovilizados para siempre.
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