Remberto, su Jefe de Policía, Derechos Humanos y el dulce discurso de la Justicia por mano propia


Por: Esmaragdo Camaz 

En 1976 al sumir la presidencia de la República, José López Portillo nombró jefe de la DGPyT (Dirección General de Policía y Tránsito) de la ciudad de México, a Arturo "El Negro Durazo". Este personaje fue –como el público conocería años más tarde- amigo de la infancia del ex mandatario. Bueno para los madrazos desde niño, Durazo le hacía el paro al pequeño Jolopo en el barrio y continuó haciéndolo ya de adulto. 

Antes y durante el ascenso político de José López Portillo y mientras éste se desempeñaba como secretario de Hacienda (1973-1975) en el gobierno del entonces presidente Luis Echeverría Álvarez, el Negro Durazo se desarrolló en la poderosa e implacable Dirección Federal de Seguridad, especificamente en las "Guardias Blancas", el aparato represor del gobierno en turno, el mismo que extinguió todo intento de sublevación social, usando como herramientas la tortura y las desapariciones forzadas para ello, en un México que "se supone" ya dejamos atrás. 

Ya como jefe policial de la entonces capital federal del país (DF) y con su amigo José López Portillo en la presidencia de la República, el Negro Durazo liberó toda su zaña e institucionalizó la tortura como método policial "aceptado". El "tehuacanazo", el "chin de electricidad" (incluido en los testículos), las "cabezas en tambos de agua", "la ruleta rusa" y otras prácticas, se popularizaron e "hicieron cantar" a los peores criminales de la época, dando paso también al nacimiento de fascinantes leyendas urbanas. 

Una de estas leyendas urbanas –que no era del desagrado del público-, es que el Negro Durazo mataba él mismo con pistola en mano y en plena calle, a los delincuentes que eran localizados durante los rondines policiales. Para el bragado jefe policial los juicios eran innecesarios. Despachaba a los delincuentes directo y así mantenía la ciudad segura. 

Con el Negro Durazo también surgieron "las madrinas". Delincuentes que servían de informadores a la Policía a cambio de protección. Y en este nuevo "modelo" poli-delincuencial, poco a poco se fue perdiendo la romántica y delgada línea imaginaria entre los buenos y los malos.  

Cuando el perro lloró al entregar la presidencia de la República en 1982 (pasaje popular del discurso de José López Portillo ante el pueblo de México por la desastrosa mega-devaluación del peso de ese entonces), el "Partenón" ya era un escándalo. Probablemente el más grande escándalo político-policial que ciudadanos y periodistas de la época hubiéramos visto hasta ese momento. 

El "Partenón" -en el Ajusco"-, es una mansión-réplica que el Negro Durazo se mandó a construir en mármol. ¿Cómo un jefe policíaco tuvo todo ese dinero para hacerlo? En los días, meses y años siguientes fueron saliendo a la luz las historias y los archivos de cientos de casos de extorsión, tortura y muerte de cientos de ciudadanos inocentes. 

Casos de culpables fabricados, empresarios extorsionados, delincuentes metidos a policías y viceversa, muerte in situ de sospechosos sin juicio de por medio, y desaparecidos forzados –entre ellos activistas sociales-, fueron saliendo a la luz. El periodo del Negro Durazo fue de terror pero pocos lo vieron, aunque muchos lo padecieron. 

En ese entonces no habían instituciones defensoras de los Derechos Humanos como hoy las hay. Tampoco había una cultura pública de respecto a los Derechos Humanos. Y la prensa navegaba entre la auto censura y la censura forzada.  

Por un momento, el Negro Durazo embelesó a miles de mexicanos con sus métodos para liquidar a los delincuentes en el acto para beneplácito de un público que con justificada razón siempre exige justicia. Lo malo que en esta justicia de mano policial también perdieron la vida muchos inocentes.  

El Negro Durazo arrasaba parejo lo mismo con culpables que con inocentes y la Justicia era lo que su criterio le dictaba. Y en ese contexto también abrazó a delincuentes. Él mismo se convirtió en uno de ellos. 

Este tipo de policía brabucón que vocifera que va a echar bala en las calles contra los delincuentes y que ahí mismo les va a arrancar la cabeza, cae como agua de Mayo en los oídos de un público que clama justicia contra la delincuencia organizada, la urbana y/o cualquiera otro tipo de delincuencia que exista. Pero ese mismo perfil siempre termina cayendo en excesos como la tortura indiscriminada, la violación de derechos humanos de inocentes y otras barbaridades cometidas en nombre de la Justicia. 

En Quintana Roo ya hemos tenido casos así. Bibiano Villa uno de ellos. El hombre tenía suficientes antecedentes de violación de Derechos Humanos y otros "métodos" poco ortodoxos, pero aún así se montó al frente de la Policía Estatal. Dicen que a Roberto Borge se lo impusieron. No se sabe en realidad porque los gobernantes sólo informan lo que quieren y lo que les conviene. 

Lo que sí se sabe es que al poco tiempo de Bibiano al frente de la Policía ya habían más problemas que soluciones en la Institución y que el propio mandatario no sabía cómo deshacerse de él. La verdad que cuando Bibiano Villa se fue de Quintana Roo no se sintió ni se extrañó su ausencia. El ex militar nunca fue una solución para el problema de la Seguridad Pública en el estado. Bibiano se sabía vender muy bien ante el público. Tenía excelente habilidad para manejarse en los medios de comunicación masiva. Bueno para la televisión y el discurso endulzador. Al final salió mal con sus propios subordinados en el caso de un policía muerto en Chetumal en "condiciones muy extrañas". 

El caso más reciente de este tipo de perfil es el coronel Julián Leyzaola, el jefe de la Policía de Cancún nombrado por el alcalde Remberto Estrada Barba. Al público le suena bien que el ex militar vocifere que le va a cortar la cabeza a los delincuentes. Lo preocupante es que este personaje ya es reconocido por Derechos Humanos como un torturador consumado que actúa por igual contra culpables que contra inocentes y eso pone en riesgo a la población que dice cuidar. 

Hace doce días cuando asumió el cargo, escribí en esta misma columna sobre los antecedentes del coronel que llegó de Tijuana. Remberto no informó si se lo impusieron o si él mismo como alcalde buscó al militar retirado. La versión no oficial apunta a la segunda posibilidad. Hoy el titular de Derechos Humanos en Quintana Roo, Harley Sosa, le manda una carta al presidente municipal de Benito Juárez rechazando el nombramiento de Julián Leyzaola por torturador, tal como consta en Derechos Humanos. 

El ombudsman le pide a Remberto reconsiderar el nombramiento. Sosa le argumenta –no sin razón-, que el coronel no cumple con los requisitos para desempeñarse en el cargo. También le recuerda que cuando la Comisión de Derechos Humanos giró tiempo atrás varias recomendaciones contra el coronel, ya habían de por medio diversas investigaciones consumadas que inculpaban con pruebas documentales al ex militar. El mismo que hoy es el jefe de la Policía de Remberto.  

Es difícil entender cómo Remberto le organizó un festín al coronel para presentarlo ante los medios como la solución a la inseguridad que priva en Cancún cuando los antecedentes de tortura y de "otros procedimintos" del coronel son del dominio público.

En el difícil oficio de salvaguardar la Seguridad Pública el municipio debe ejercer su fuerza contra los delincuentes, pero sin afectar a la ciudadanía en ningún sentido, pues en tal caso iría contra los más básicos preceptos del qué hacer policial. 
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