La historia de Arely; deseo de dar sin esperar


Es difícil saber de esta historia cuál de los dos aspectos de la vida de Arely es más sorprendente, si el hecho de sobrevivir pese a su discapacidad, o si la llegada a su vida de una nueva familia que la adoptó aún en las condiciones de salud en que ella se encuentra. Hay en la vida situaciones difíciles de entender porqué suceden. Esta es una de ellas.

Por: Esmaragdo Camaz

No es la primera historia de cómo una persona con discapacidad se impone a los difíciles retos que su condición de salud le imponen, pero sí es ésta una de las pocas ocasiones en que se puede saber de alguien que entrega su tiempo y amor por una persona que necesita ayuda.

No es la historia clásica de una donación, sino el relato de una familia que adoptó como a una más de los suyos a una joven cuadripléjica que se quedó sola, literalmente sola.

Arely Ramírez Arceo, de 20 años de edad, nació en Raudales, una comunidad de Othón P. Blanco, 31 kilómetros distante de Chetumal.

Raudales es un paraje de la ribera de la Laguna Guerrero, justo a un costado del ejido Úrsulo Galván. En este lugar desemboca un arroyo que proviene de la laguna de Bacalar. Es un lugar paradisiaco donde hay algunos servicios turísticos como, espacios para acampar, alquiler de kayaks y lanchas para paseos por la laguna.


Estas actividades turísticas ayudan a la economía del lugar, fincada básicamente en el cultivo de diversos productos, la cría de aves de corral, en la mayoría de los casos para el autoconsumo, y la elaboración de algunas artesanías.

En este lugar vive Arely.

El 22 de Diciembre de 1987, cuando nació, la bebé bajó del útero de su madre con los pies por delante, lo que obligó a los doctores a “jalarla” para evitar que ésta se asfixiara.

Pero esta dificultad le ocasionó a la bebé graves afectaciones, pues le lesionaron la cadera de por vida. Como resultado de ello, cuando Arely creció, le fue imposible mantenerse en pie, pues al intentar caminar, la cadera se le iba de lado y en consecuencia sus pies perdían fuerza.

Más adelante y en un intento por corregir esta deficiencia, la jovencita fue sometida a una intervención quirúrgica. No obstante, los resultados fueron adversos y su cadera, ya de por sí dañada, quedó peor, pues ahora los dolores en esa parte del cuerpo son mayores, y sus pies, que antes de la operación era capaces apenas de ejercer débiles movimientos, ahora han quedado inertes.

En estas circunstancias, Arely quedó confinada a un rincón, a veces, en una silla de ruedas. No obstante, lo peor estaba todavía por venir.

Su familia la abandonó, literalmente la dejó sola. Pasó días sin comer, sin beber y sin nadie que la ayuda a ir al baño. Esta joven, quien hoy da testimonio de vida, cuenta este pasaje no sin dejar de mencionar que sus padres sabrán ahora cómo ella se ha superado, pese al abandono del que fue objeto:

“Fue un momento donde, yo sé que aunque mi familia me va a ver, porque yo sé que me va a ver, pero en verdad, no sé, me fui un tiempo con mi madrastra y recuerdo que llevaba más o menos como quince días sin comer, sin beber, sin que me apoyo para ir al baño ni nada, y mi desesperación fue tan grande que yo lo primero que dije que ahí, Diosito me mandó así y que porqué me mandó así, llegué al grado de pensar de que yo no debería de existir, que porque me estaba yendo muy mal, en ese momento sí, sí pensé, de hecho, llegué al grado de reclamarle a mi papá, decirle que porqué no me dio aunque sea veneno sabiendo mi situación”.

Arely dice que aún cuando todos la aceptaban con su discapacidad, sus propios padres la rechazaron y al no entender su condición de salud, la vida le fue más difícil:

“Se me hubiera hecho más fácil si mi familia me hubiera entendido, o me hubieran aceptado con mi discapacidad, la demás gente me aceptaba tal y como soy, la que yo sentía que no me aceptaba tal y como soy era mi familia”.


Pero aún con todas estas adversidades, lo más sorprendente sucedió. Una mujer, María del Socorro Correa y su esposo, quien murió apenas el año pasado, se hicieron cargo de la joven, de alguna forma la adoptaron haciéndola parte de su familia como una hija más.

Esto es lo que Arely dice de su nueva familia:

“Pero ahora que Dios me ha respondido con una nueva familia que me ha demostrado de que a pesar de lo que yo he pasado, siempre hay una lucecita, siempre hay una puerta, si se cierra una, se abre otra, ¿y cuál fue esa lucecita, cuál fue esa puerta? Estar con unas personas que no son nada mío”.

“Antes esa persona que se me acercaba, yo pensaba que nada más se me acerca a mi porque me tiene lástima o porque me veían así… y yo no sabía lo que era un regalo, yo no sabía que las personas me tomaran en cuenta como ahora lo hacen, jugamos, reímos, nos decimos cosas para pasar el rato”.

La joven dice que su fe le ayudó a sobreponerse:


“A pesar de todo lo que sufrí yo siento que Diosito fue lo que dijo, no, vas a salir, tienes que dejar de pasar todo eso”.

Hoy con una nueva familia y con un poder de adaptación que raya en lo sobre humano, esta joven hace reflexionar a la comunidad sobre el valor de la vida. Sus palabras son un recuerdo de lo valioso de la existencia:

“Yo ya acepté que pues, me hagan lo que me hagan, me operen, lo que me hagan pues, ya no voy a poder, o sea, yo nunca voy a poder caminar, bueno pues así viniste al mundo, ni vas a quitarte de tu cuerpo, dejarlo a un lado y ponerte otro, ¿no?, que más quisiera uno, pero no se puede, sin embargo, ha que adaptarse a él”.

La historia de Arely se conoce hoy por ser objeto de un reconocimiento por su lucha y valor de vida.

La joven recibió una presea apenas la semana pasada, pero más que eso, le fue entregada una silla de ruedas eléctrica que era, además de su más caro deseo, la herramienta que necesitaba para completar un mejor estado de vida para ella y su familia.


Con este equipo la joven es más independiente y puede continuar realizando labores aunque para los demás comunes, para ella representan un esfuerzo máximo.

Roberto Borge Angulo, su esposa, Mariana Zorrilla de Borge, Carlos Mario Villanueva Tenorio, su esposa, Odeth Villafania de Villanueva, Eduardo Espinosa Abuxapqui, miembros del Cabildo de Othón P. Blanco y otros, aportaron para la donación del equipo.

Lo más sorprendente de toda ésta historia es sin duda, la disposición de una familia para adoptar una hija que de antemano saben, les representará un enorme sacrificio, dada su difícil condición de salud.

La nueva familia de Arely es una más de las que viven en Raudales. Son humildes y no cuentan con más recursos que lo que cuentan otros en ese lugar, tampoco características especiales, al menos a la vista del ojo común, pues en una óptica más aguda, sí que tienen un corazón diferente al humano común.


Hoy en día, en esta vorágine de sucesos de una vida más acelerada, más competitiva, más violenta y muchas ocasiones más inhumana, hay hechos que nos regresan a la reflexión de las conciencias, muchas veces difíciles de entender porqué suceden. Esta es una de ellas.


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