Novela: El Ser que vino del Cielo (Capítulo V)


Le mesa ya regresó al suelo, pero las interrogantes continúan en el aire. Unos curas quieren que Jesús tome lo que es suyo y otros ven en esta acción un alto riesgo. De cualquier forma el Gigante ya tomó su decisión. Hace años que el niño del huevo sabe quién es y como su padre se lo dijo, sólo debe seguir su instinto.


El Ser que vino del Cielo
ESMARAGDO CAMAZ


CAPITULO V
REENCUENTRO

Jesús empezó a bajar los brazos lentamente y la pesada mesa inició el descenso.

¡Por fin!—pensó Sirenio.

Los curas guardaron silencio durante los pocos segundos que a la mesa le llevó regresar al piso.

Es todo—dijo seco Jesús.

En acto reflejo, los clérigos se persignaron y continuaron en silencio en espera de la siguiente palabra del Gigante, pues conociéndolo, intuían que algo les tenía preparado.

¿Qué hablaban antes de mi llegada?—preguntó Jesús, todavía de pie en el cabezal de la mesa.

Sobre ti, hijo—respondió Benigno en tono reflexivo.

¿Y qué hay de mi?

Hijo, la mayoría aquí creemos que debes tomar el lugar que te pertenece en el Mundo, debes presidir tu Iglesia y guiar a la Humanidad desde lo más alto del Catolicismo—continuó Benigno.

Sí hijo, la Humanidad te necesita y la Iglesia también. Debes ir al Vaticano y terminar con la crisis de fe que hay en el Mundo—acotó Federico.

Ya es el momento—remató Sirenio.

De hecho, hemos pensado avisar a la Santa Sede que has vuelto. Queremos decirle al Papa y al Mundo entero que el hijo de Dios ha resucitado—dijo Benigno.


Yo no estoy de acuerdo en eso hijo, me parece que tu regreso a este Mundo va a poner en aprietos a Roma, hay muchas cosas que suceden ahí que no querrás ver y muchas más que ellos no querrán que tú veas, porque si tú vas al Vaticano y ves cómo manejan tu Iglesia, sólo van a despertar tu ira—advirtió Constanzo Marini.

Las palabras del cura italiano dieron paso a un silencio generalizado que sólo podía ser interrumpido por Jesús.

Un silencio que se había extendido durante años en la vida del Monasterio de San Cristóbal de las Casas.

Veintidós años atrás cuando el huevo fue dejado en la puerta de la vieja casona y los curas se hicieron cargo del niño, el tema del Vaticano se fue convirtiendo en un tabú en la medida en que el infante fue dando señales de su verdadera personalidad.

Fue un proceso lento que inició con la natural curiosidad del niño.

Jesús conoció la historia del huevo desde los tres años de edad. Cuando empezó a preguntar sobre sus padres, los curas no encontraron razón para ocultarle al niño cómo había llegado al Monasterio y por eso se lo dijeron.

Pero a los 12 años Jesús, quien para ese entonces ya pasaba largas horas en meditación, fue dilucidando sobre su verdadero origen.

Una noche de Diciembre de 2000 en el techo, en la parte más alta de la vieja casona, donde Jesús acostumbraba subir para contemplar la inmensidad del cielo y las estrellas, el larguirucho estaba una vez más en meditación.

Durante esas sesiones en soledad, Jesús iba formando una serie de situaciones y razonamientos sobre la vida. Tenía una especie de técnica en la que iba hablando consigo mismo en sus pensamientos, aunque otras veces escuchaba con claridad una voz que le hablaba en su interior.

El conocimiento está en todas partes, está en el aire, en la inmensidad, por aquí a un lado pasa el conocimiento y por allá poco más lejos también—pensó Jesús mientras permanecía sentado con los ojos cerrados en posición de flor de loto. Las personas aprenden de los libros, pero ¿de dónde aprendió el que escribió el libro? El que escribió el libro obtuvo el conocimiento de su alrededor, del aire, del viento, de la luz y del sonido, de la tierra y del agua y de todos aquellos elementos que están en la Naturaleza, porque aquí mismo está todo lo que queremos saber, aquí en el Universo.

A Jesús le gustó este razonamiento y todavía con los ojos cerrados, en flor de loto, esbozó una sonrisa de paz y tranquilidad.

Estiró los brazos, echó las manos atrás y levantó la cara al cielo. Con los ojos cerrados continuó sumergido en sus pensamientos.

Todo existe en nosotros y una serie de fuerzas que son los sentimientos del hombre, interactúan con un justo balance entre ellos, porque entre lo negativo y lo positivo, la vida de los seres humanos va tomando forma. Por eso persiste lo bueno y lo malo. La tristeza y la felicidad. La angustia y el gozo, porque sin uno no existiera el otro—se dijo Jesús para sí.

Echó el cuerpo para atrás y quedó acostado boca arriba sobre el suelo del techo. Abrió los ojos y quedó una vez más maravillado del espectáculo que le ofrecía la bóveda celeste, esa noche particularmente estrellada.

Todas nuestras acciones tienen un principio y un fin. El hombre si piensa en las consecuencias primero que en sus acciones, entonces el final de sus actos será grato. Pero aún lo malo también es necesario en el juego de la vida, porque sin él no conoceríamos el bien. Por eso en cada hombre y mujer existe el mal y sólo en el justo balance que dicta la vida, el ser humano puede alcanzar la felicidad. Porque el mal el ser humano lo habrá de usar en la medida en que procure el bien. Que la maldad le sirva para encontrar el bienestar de los demás, porque si el beneficio es personal, en el mal de los demás se convertirá—razonó Jesús.

El jovencito continuó admirando el espacio y pensó ante la inmensa riqueza que veían sus ojos, en la pobreza del mundo.

El hombre pobre sumido en la pobreza está por la flaqueza de su espíritu y no por la ausencia de dinero. Es pobre aquel que sufre por lo que ambiciona poseer y no aquel que es feliz con lo que tiene. Pero es todavía más pobre aquel rico que oprime al que no tiene para comer porque su riqueza siempre está incompleta—se dijo Jesús en sus pensamientos.

El larguirucho cerró otra vez los ojos y por un momento no pensó más. Mente en blanco y cuerpo liviano, Jesús experimentó un desdoblamiento de espíritu.

Su alma se fue elevando suavemente y él mismo pudo verse acostado sobre el techo del Monasterio mientras su cuerpo etéreo iba ganando más y más altura.

Pudo ver desde lo alto el caserío de San Cristóbal de las Casas. Y todavía desde más alto, vio el globo terráqueo. En el espacio en donde andaba, pudo sentir el flujo del conocimiento y su mente divisó una serie de sucesos en los que él, en otro tiempo, era el protagonista.

Como alguien que ve pasar una historia acelerada en un holograma, Jesús se vio proyectado en el espacio en una vida anterior. Reconoció los pasajes que desde niño le habían enseñado los curas del Monasterio.

Vio en segundos, su primer nacimiento en Belem, el pasaje de los Reyes del Oriente, su escape con sus padres hacia Egipto, los años de estudios en ese lugar, su regreso a la antigua Jerusalén, sus días de predicador, la traición de quienes dijeron amarlo, su viacrucis, su muerte, su resurrección, el regreso con su padre el creador, las primeras andanzas de sus discípulos, a quienes encargó construir su Iglesia, particularmente a Pedro y la ambición y avaricia de Fariseos y otros falsos redentores que en su nombre cimentaron religiones que practican un dogma distinto al que él predicó.

Jesús quedó aterrado con lo que vio y aunque quiso despertar no pudo. Su cuerpo etéreo continuó en el aire un tiempo más, en tanto fue tratando de controlar sus emociones.

Hijo—escuchó una voz que le habló. Soy tu padre y desde aquí te he visto crecer. No debes temer a lo que viene. Yo siempre estaré contigo.

¿Pero porqué no estoy contigo?, ¿quién eres? ¿porqué me dejaste en este lugar?—respondió Jesús angustiado.

Las respuestas están en ti, en tu interior. Sigue tu instinto, haz lo que debes hacer y siempre ten orgullo de tu padre. Al paso del tiempo me comprenderás—respondió la voz.

¡Padre, padre!—gritó inútilmente Jesús, pues la voz no la volvió a escuchar.

Lentamente el alma fue regresando al cuerpo y Jesús despertó. Se sentó en una especie de posición fetal y por largo tiempo se mantuvo inmóvil. Sus pensamientos se congestionaban unos con otros en un febril flujo mental que iba y venía por todo su cerebro.

Las emociones también eran muchas, pero después de un rato, finalmente comprendió quien era.

Desde ese día Jesús empezó a transformarse y todo a su alrededor también…

Continuará…
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