La invasión del pez diablo en la Bahía de Chetumal: una amenaza creciente para los ecosistemas de Quintana Roo
Este hallazgo enciende las alarmas sobre el impacto de una especie que ya había sido detectada en febrero de 2025 en la Laguna de Bacalar.
Chetumal.- El pasado 8 y 9 de abril, pescadores de la cooperativa “Puerta Maya” en Calderitas, liderados por Noé Poot, capturaron tres ejemplares de pez diablo (Pterygoplichthys spp.) en la Bahía de Chetumal, el área protegida conocida como el Santuario del Manatí. La Secretaría de Ecología y Medio Ambiente (SEMA) de Quintana Roo, a través del Instituto de Biodiversidad y Áreas Naturales Protegidas (Ibanqroo), confirmó la presencia de esta especie invasora tras un análisis morfológico de los especímenes. Los peces fueron enviados al Colegio de la Frontera Sur (Ecosur) en Chetumal para estudios genéticos que permitan esclarecer su origen y dinámica de dispersión. Este hallazgo enciende las alarmas sobre el impacto de una especie que ya había sido detectada en febrero de 2025 en la Laguna de Bacalar, al sur del estado, y que ahora amenaza uno de los ecosistemas más frágiles de la región.
El pez diablo, originario de Sudamérica, es un invasor formidable. Sus características biológicas lo convierten en una máquina de supervivencia: puede crecer hasta 70 cm y pesar 3 kg, vive hasta 15 años, tolera aguas de baja calidad, respira aire atmosférico y resiste días fuera del agua. Su cuerpo está cubierto de placas óseas, tiene espinas afiladas y una boca en forma de ventosa que le permite alimentarse de algas y sedimentos, alterando los fondos acuáticos. Cada hembra puede producir entre 500 y 3,000 huevos, y su comportamiento territorial, nocturno y agresivo lo hace prácticamente inmune a depredadores locales. Estas cualidades explican por qué, una vez que se establece, erradicarlo es una tarea titánica.
La llegada del pez diablo a la Bahía de Chetumal no es un hecho aislado, sino parte de una invasión que lleva más de una década gestándose en Quintana Roo. Investigadores de Ecosur, como Martha Valdez Moreno, han rastreado su presencia en la Laguna de Bacalar desde principios de 2025, y especulan que pudo haber ingresado por el río Hondo, a través del Estero de Chac o la Laguna Mariscal, o incluso por la liberación deliberada de ejemplares provenientes del comercio de acuarios. Esta última hipótesis no es menor: el pez diablo, conocido también como "plecostomus", es popular en el mercado de mascotas, pero su liberación en cuerpos de agua naturales ha causado estragos en ecosistemas de México, Estados Unidos y Asia. En Quintana Roo, la demora de 12 años en su expansión hacia Bacalar podría explicarse por la falta de condiciones ideales, como la calidad del agua o la vegetación adecuada, pero su reciente detección en Chetumal sugiere que esas barreras han sido superadas.
El impacto del pez diablo va más allá de su presencia física. En la Bahía de Chetumal, hogar de manatíes, cocodrilos y una rica biodiversidad, esta especie puede alterar el equilibrio ecológico al competir por recursos, dañar la vegetación acuática y erosionar las riberas al construir nidos. En Bacalar, los investigadores ya han advertido sobre su potencial para afectar el turismo, una de las principales fuentes de ingresos de la región, al degradar la claridad de las aguas que atraen a miles de visitantes. Además, su capacidad para tolerar cierta salinidad plantea un riesgo adicional: la posibilidad de que colonice estuarios y zonas costeras, ampliando su rango de devastación.
Las autoridades han respondido con un llamado a la ciudadanía para reportar avistamientos al número 983 106 9565, pero las medidas concretas para contener la invasión aún son difusas. La experiencia en otros países, como Estados Unidos, donde el pez diablo ha colonizado ríos en Texas y Florida, muestra que la erradicación es casi imposible una vez que la especie se establece. Métodos como la pesca intensiva o el uso de barreras físicas han tenido éxito limitado, y las soluciones químicas suelen ser inviables en áreas protegidas como el Santuario del Manatí. En México, el caso del río Lerma, donde el pez diablo ha desplazado a especies nativas, es un recordatorio de lo que está en juego si no se actúa con rapidez.
El contexto de esta crisis no puede ignorar la responsabilidad humana. La introducción de especies exóticas, ya sea por negligencia o por desconocimiento, es un problema global que en México se agrava por la falta de regulación efectiva en el comercio de mascotas y la escasa educación ambiental. Quintana Roo, con su economía dependiente del turismo y sus ecosistemas únicos, no puede permitirse el lujo de reaccionar tarde. La detección del pez diablo en Chetumal debe ser un punto de inflexión para implementar estrategias integrales: desde campañas de captura masiva hasta programas de monitoreo y restricciones más estrictas al comercio de especies invasoras.
Por ahora, el Santuario del Manatí y la Laguna de Bacalar están en la primera línea de una batalla ecológica que apenas comienza. La pregunta no es si el pez diablo seguirá expandiéndose, sino cuánto daño causará antes de que se tomen medidas efectivas. La respuesta depende de una acción coordinada entre autoridades, científicos y comunidades locales, pero el tiempo, como siempre, juega en contra.