Diputado fino y falso: Dice Emiliano Ramos que renta una Durango con su dinero, lo desmienten


Por: Esmaragdo Camaz

Al diputado Emiliano Ramos también le salió lo fino. Está rentando una camioneta Durango para transportarse a razón de 900 pesos diarios. Dice que la renta la paga con su dinero, pero su compañero diputado y líder del Congreso, Eduardo Martínez Arcila, lo desmiente. O sea, que el diputado Ramos además de fino, nos salió mentiroso.

Emiliano Ramos –además de diputado- es el dirigente del PRD en Quintana Roo. Fue telonero en la tarima de Carlos Joaquín durante la campaña electoral del año pasado y junto con Eduardo Martínez Arcila, en ese entonces dirigente del PAN-QR y hoy líder del Congreso, son los personajes que se reparten la Cámara de Diputados a placer. Son algo así como los jefes de los diputados de Quintana Roo.

El diputado Ramos es de Cancún. Es hijo de Salvador Ramos, un ex dirigente sindical priista que abandonó al PRI hace unos 20 años, cuando el entonces gobernador, Mario Villanueva Madrid –hoy de regreso en México-, lo mandó a la cárcel por su intentona de formar un sindicato taxista disidente al Andrés Quintana Roo. Y de ese pasaje fue que papá Ramos se refugió en el PRD.

Del patriarca Ramos surgieron dos retoños perredistas. Uno es Alejandro Ramos, hoy director de transporte de SINTRA. Éste también conocido como persecutor de los Uber y a quien señalan por sus antecedentes poco claros como funcionario en administraciones municipales pasadas de Cancún, como la de Julián Ricalde Magaña, éste encargado hoy de la cosa Rural en el gobierno joaquinista.


El otro retoño –más chiquito- es Emiliano Ramos. Se supone que como perredista éste diputado es netamente joaquinista, pero no lo parece pues no comulga con el plan de austeridad de Carlos Joaquín. El flamante legislador se transporta en una Durango con costo de 900 pesos diarios al erario público. Eso no suena muy austero.

En los años que llevo de ver a Emiliano Ramos en la jerga política no lo recuerdo con tales lujos. De hecho lo recuerdo comiendo tacos parados por el rumbo de la Chichen-Itzá, allá por la ciudad industrial de Cancún.

Pero da la impresión de que al convertirse en diputados, éstos representantes populares se transforman en especímenes de piel fina. Es raro que Emiliano Ramos no se pueda mover ahora en su propio carro o en un auto modesto cuando en el pasado reciente criticaba el dispendio público y exigía a políticos en el poder, frenar el despilfarro del erario público, tal como él mismo lo hace ahora con la renta de la Durango y otros lujos.

En un artículo anterior sobre este tema de los lujosos autos de los diputados, hice el planteamiento de que un legislador puede moverse en taxis y en el ADO. Un sistema de transporte que viene perfecto para Emiliano Ramos, pues como empleado ciudadano que es, no necesita más.


Mover al diputado Emiliano Ramos en taxis y ADO nos costaría unos 108 pesos diarios contra los 900 que estamos pagando actualmente por la Durango. Hay una diferencia muy considerable de 792 pesos diarios que en un año serían 289 mil 080 pesos, o sea, unos 867 mil 240 pesos en los tres años que va a trabajar en la Cámara, bueno si es que termina su período.

Emiliano Ramos fue hasta hace poco matraquero de Carlos Joaquín pero ahora se va por la libre y hace y deshace a su antojo en la Cámara de Diputados. Hace unas semanas –el año pasado- llenó la Cámara de Diputados con una turba de rijosos del sindicato taxista Andrés Quintana Roo para hacer público su negocio de encarcelar a los choferes de Uber hasta por cinco años a favor del gremio a cambio de que su socio Eric Castillo –líder taxista- le entregue miles de votos de esa central obrera para convertirse en el 2018 en el próximo presidente municipal de Benito Juárez, ésta una chamba que dista mucho de la encomienda que le dio el gobernador, a quien le debe la curul que hoy calienta inútilmente.

El costo del lujoso transporte de Emiliano Ramos sumado a su vida legislativa improductiva es inviable, no rentable para el ciudadano quintanarroense que tiene que devengar largas jornadas por un paupérrimo sueldo del que todavía tiene que pagar impuestos para mantener el dispendio de este empleado ciudadano.
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