Revolución Mexicana, cien años en el Tercer Mundo


A un centenario de que los ricos hacendados mexicanos iniciaran en 1910 un levantamiento armado para derrocar al presidente en turno y ascender al poder con la falsedad de “la justa repartición de la riqueza”, a la “familia revolucionaria” –aún en el poder- no le fueron suficientes cien años para cumplir con los más pobres y hoy como en aquel entonces, seguimos en el tercer mundo. 

 Por: Esmaragdo Camaz

Cuando estalló la Revolución el 20 de Noviembre de 1910, México estaba en el tercer mundo. Hoy 21 de Noviembre de 2010 también.

El término primer mundo hace referencia a aquellos países que han logrado un alto grado de desarrollo humano, disfrutan de los más altos estándares de vida posible, gracias a una buena distribución de la riqueza, sanidad, esperanza de vida y calidad de los servicios. Existe una gran correlación entre países con este tipo de estatus y el hecho de que posean instituciones democráticas robustas.

México no es así.

Y aún cuando el gobierno de Felipe Calderón hizo un dispendio sin precedente para promocionar “las bondades” de la justa revolucionaria, los cierto es que a los mexicanos no les importa la retorcida historia gubernamental cuando la pobreza crece y muchos connacionales no tienen aún ni para comer; o como dice el dicho popular, “La Revolución no les ha hecho justicia”, todavía no.

Un informe reciente del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) y del Consejo Nacional para la Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), es muy claro al señalar que México ha duplicado en este año del centenario de la Revolución, la inseguridad alimentaria severa en hogares mexicanos con niños, misma que se duplicó entre 2008 y 2009 como consecuencia de la crisis económica.

Estas cifras y la realidad que viven más de 40 millones de mexicanos que sobreviven en condiciones de miseria, son la prueba viviente de que la Revolución Mexicana es un fracaso, pues la promesa de la “repartición justa de la riqueza” no fue sino que la misma demagogia que los políticos de antes, que son los mismos de hoy, ya pregonaban en sus arengas.

Un breve repaso a los hechos ocurridos en el contexto del 20 de Noviembre de 1910 da cuenta clara de cómo el gobierno que hoy rige a México construye una historia para mitificar a aquellos personajes de su grey, y que los han convertido en los libros de texto en héroes, que no fueron en realidad, más que una partida de personajes en disputa por el poder.

Quienes gobernaban en aquel entonces al País son los mismos que gobiernan hoy. ¿Cuánto tiempo necesitan estos señores y su descendencia para cumplir con sus promesas de una repartición justa de la pobreza?, es la pregunta.

La Revolución Mexicana la iniciaron los hacendados de Coahuila, encabezados por la familia Madero. El patriarca en ese entonces era Francisco Madero Hernández, este a su vez, primogénito de Evaristo Madero Elizondo, quien había sido gobernador de su estado en la época en que Porfirio Díaz ya era presidente de la República. Y fue además de uno de los hombres más ricos de México, el gran patriarca de toda la prole.
La familia Madero no era ajena al ejercicio del poder. De tendencia ultraderechista, esta familia, como los hacendados de la época, tenía al país sumido en la pobreza. Basta decir que en 1910 menos del uno por ciento de las familias en México poseían o controlaban cerca del 85 por ciento de las tierras cultivables, mismas que estaban en manos de los grandes hacendados, entre ellos, los Madero.

Es falso que la Revolución haya sido un movimiento armado para beneficio y liberación de los pobres a través de la repartición justa de la riqueza. Los artífices de la reyerta era la propia burguesía decidida a derrocar al presidente en turno para asumir el poder. De hecho, esta familia –los Madero-, ya había usufructuado los beneficios del poder en el gobierno al lado del propio Porfirio Díaz, pero diferencias por la riqueza que ofrece el poder los hizo enemigos. El movimiento revolucionario mexicano tuvo financiamiento de la familia Madero y de otros hacendados.

Evaristo Madero Elizondo, el súper patriarca de la familia, se benefició siendo parte de un gobierno desde 1857, cuando su amigo, Santiago Vidaurri, gobernador entonces de Nuevo León-Coahuila, lo hizo legislador provincial, lo que deja huella por cierto, de un sistema político vigente hasta hoy día, mismo que sólo beneficia a los suyos.

Pero hay más. En 1880, cuando Evaristo Madero Elizondo ya era un hacendado con una fortuna que lo posicionó como uno de los grandes prestamistas de la época, asumió la gubernatura de Coahuila y en los cuatro años que estuvo en el cargo, sus propiedades y su riqueza crecieron de manera desorbitada, tal como sucede todavía con los gobernadores del México de hoy.

Para 1892, fundó el Banco de Nuevo León, y esta entidad se convirtió en el eje de todos los negocios de la familia Madero, mismos en los que intervenían sus hijos y otros parientes cercanos.

Entre 1890 y 1910, las empresas en las que la familia Madero tenían intereses alcanzaron una prosperidad inaudita, sus propiedades rurales se multiplicaron; sus molinos; sus compañías mineras; sus inversiones financieras (Banco de Nuevo León y Mercantil Monterrey); la Compañía Carbonífera de Nuevo León y Coahuila; la Compañía Explotadora Coahuilense; la Metalúrgica de Torreón; entre muchas otras, eran parte del inmenso capital acumulado por la familia.

Y lo que desató la Revolución Mexicana no fue la preocupación por el más pobre, sino el inminente riesgo del gran capital de la familia Madero y de otros hacendados de la época, en una combinación de factores que llegaron de dos flancos: la crisis financiera de 1907 en los Estados Unidos y las políticas liberales de Porfirio Díaz que abría puertas al capital extranjero, la competencia empresarial y su férrea decisión de no compartir el poder.

La base del movimiento armado en México ese 1910 no fue otra cosa más que un asunto de interés económico de la burguesía mexicana de la época. Los pobres actuaron en el movimiento armado como lo que siempre han sido en México, los peones de la clase económicamente dominante.

Los antecedentes del movimiento armado en México tienen conexión con la situación económica que prevalecía en el País, derivada de la crisis financiera que azotó a los Estados Unidos en 1907.

En Nueva York, la oferta de dinero fluctuaba de acuerdo al ciclo agrícola de los Estados Unidos. En el otoño, el dinero salía de la ciudad para comprar las cosechas. Y para hacer regresar ese dinero, los bancos neoyorkinos aumentaban las tasas de interés. Muchos inversionistas extranjeros aprovechaban esta temporada y enviaban su dinero a Nueva York para aprovechar estos altos intereses.


Pero en Marzo de 1907, el mercado de valores de Nueva York cayó y perdió 7.7 por ciento de su capitalización. Hasta el 26 de se mismo mes, el mercado descendió otros 9.8 por ciento, lo que hasta el día de hoy significa un descalabro irreparable. El sistema de valores de los Estados Unidos colapsó y como desde entonces, “el resfriado del gigante del norte ocasionó una gripe en México”.

Pero esa gripe se tradujo en una profunda recesión que en México significó una contracción de líquido que se fue extendiendo sin remedio en los años posteriores a 1907 y que reforzó el florecimiento del sistema de las tiendas de raya, a través del cual, los hacendados pagaban a sus trabajadores con mercancías, haciendo a la clase obrera más dependiente de sus patrones y por ende, convirtiéndolos en un sector todavía más miserable. La familia Madero practicó también este sistema.

Resultado de esa crisis económica, la distribución de la riqueza se radicalizó aún más. Esta vez incluso entre la burguesía, que empezó a ver en el gobierno una veta económica, explotada en ese momento por Porfirio Díaz, a quien los Madero veían florecer económicamente más y más en medio de una fuerte recesión que les afectaba severamente a ellos y otros potentados de la época.

Adicionalmente, Porfirio Díaz visualizó la apertura de los mercados a través de inversión extranjera, lo que permitía a su vez, la competencia empresarial, cosa desconocida en el país hasta este momento, pues la clase burguesa mexicana –los Madero entre ellos- eran latifundistas que amasaban grandes fortunas al amparo de políticas proteccionistas y por ende, monopólicas.


En este difícil contexto económico, la ambición por acceder a la veta de riqueza que representaba el gobierno no era menor. Por eso Francisco Madero Hernández se apresuró al movimiento armado en la búsqueda del poder. De hecho fue él quien negoció en Nueva York en el verano de 1911 con el secretario de Hacienda de Porfirio Díaz, José Ives Limantour, un gobierno que no permitiera la reelección, la renuncia del vicepresidente Ramón Corral Verdugo, la democratización del gobierno y garantías para la libertad política. En esa reunión por cierto, también estuvo Gustavo Madero Hernández, otro miembro del clan.

Y aunque no logró en ese momento la renuncia de Porfirio Díaz, el 7 de Mayo de 1911, Díaz dejó entrever en un manifiesto publicado ese día, la posibilidad de abandonar la presidencia:

“El Presidente de la República [...] se retirará, sí, del poder, cuando su conciencia le diga que al retirarse, no entrega el país a la anarquía y lo hará en la forma decorosa [...]”

El manifiesto de Porfirio Díaz se convirtió en la bandera de salida de las tropas revolucionarias acantonadas en la fronteriza Ciudad Juárez. En tres días -8, 9 y 10 de Mayo de 1911- los enardecidos insurgentes acabaron con las tropas del Ejército Mexicano que resguardaban la plaza.

Entonces Francisco Madero Hernández puso de presidente de México a uno de sus hijos, Francisco Ygnacio Madero (Francisco I. Madero), cosa que había previsto tiempo atrás -el 5 de Octubre de 1910-, al lanzar un documento conocido como Plan de San Luis, un panfleto firmado por su hijo, en el que hacía un llamado a levantarse en armas contra el gobierno de México, apuntalándolo como el próximo presidente de la Nación.

Antes, en 1910, la familia Madero había financiado un libro doctrinario titulado “La sucesión presidencial en 1910”, una especie de ensayo que planteaba la urgente renovación del gobierno; texto firmado y acreditado a Francisco I. Madero, quien funcionaba como la cabeza visible de las acciones de la familia Madero para derrocar a Porfirio Díaz.

Un libro en ese entonces tenía una connotación distinta a la que tiene hoy. Ese texto en circulación en el México de 1910 –con tesis progresistas-, le representó a los Madero una poderosa herramienta de evangelización para su movimiento armado.

Con la presidencia de Francisco I. Madero nació “la familia revolucionaria”, el grupo político que hereda cargos a su descendencia y que nos gobierna en México hasta hoy.
La familia revolucionaria procede básicamente de dos partidos políticos que representan dos corrientes que gobiernan a México desde entonces con el mismo sistema político-administrativo, ambos considerados de tendencia revolucionaria.

Los ultra-derechistas anti-reeleccionistas agrupados en 1910 en el Partido Nacional Anti reeleccionista (PNA), mismo que se transformó en 1911 en el Partido Constitucional Progresista (PCP) y que a la postre sentó las bases de la derecha mexicana conformada en 1939 en el Partido Acción Nacional, partido y corriente política que gobierna actualmente México desde el año 2000.

Y del otro lado, el Partido Democrático (PD), que en 1910 dio cabida a otros grupos menos extremos que también compartían intereses anti-reeleccionistas. Junto con el Partido Reyista (PR), fuerza política -auspiciada por Porfirio Díaz- que debe su nombre al general Bernardo Reyes, compañero de fórmula del dictador, el PD se transformó en el Partido Nacionalista Democrático (PND), que tras las constantes traiciones y asesinatos de los primeros presidentes del México post-revolucionario, fundó bases para crear el Partido Nacional Revolucionario (PNR), creado en 1928 por el presidente Plutarco Elías Calles para que en vez de matarse unos a otros, se repartieran el poder de “forma civilizada”, como se hace hasta hoy.  Y en 1929 el PNR se transformó en el Partido Revolucionario Institucional (PRI), de todos bien conocido.

En ambos casos, el fundamento ideológico de estos dos partidos es muy simple. La no reelección personal y la sucesión pactada para evitar el enfrentamiento armado. El sistema prevé que los partidos mantengan el monopolio del ejercicio político. Y en lo administrativo impone un gobierno laxo que permite a sus miembros el uso discrecional de los recursos líquidos y materiales del estado, aún para beneficio personal.

Hasta el día de hoy, los partidos políticos en México continúan esta práctica. Todos los gobernantes sin excepción y sin importar su filiación partidista, eligen a sus sucesores en sistemas no democráticos. No existen candidaturas ciudadanas, pues todo aspirante debe pertenecer a un partido político y por tradición –además de un trabajo documental comprobatorio que ya raya en el ocio-, todos los gobernantes en México, en sus respectivos niveles y estructura, aumentan considerablemente sus fortunas al dejar el cargo, en muchos casos, sólo de forma temporal, mientras regresan una vez más a la administración pública.

Todos los partidos políticos que existen en México provienen de la misma familia revolucionaria. Partidos como los de la Revolución Democrática (PRD), el Verde Ecologista de México (PVEM), del Trabajo (PT), Convergencia (PC) y Nueva Alianza (Panal) han surgido como fracciones del PRI en unos casos, y en otros, sus miembros tienen antecedentes que derivan en algunos de los dos partidos madres.

La clase política mexicana en su conjunto brinca de un partido a otro sin importar ideologías ni tendencias, porque en su conjunto comparten de cualquier forma, el mismo sistema político y administrativo de gobierno que formaron los Madero y “la familia revolucionaria”. Las recientes alianzas PRD-PAN, que se creyeron discordantes hasta hace poco, muestran cómo tras cien años de monopolio del poder, la “familia revolucionaria” se reencuentra.  

Los Madero son un buen ejemplo de ello. Han permanecido en el poder en diferentes épocas, circunstancias y niveles, desde hace más de cien años.

Evaristo Madero Elizondo fue legislador en 1857 y gobernador de Coahuila en 1880. Su nieto, Francisco I. Madero fue presidente de México en 1911. Su hermano, Gustavo Adolfo Madero fue diputado. Mientras Francisco José Madero González, sobrino de ambos, fue gobernador de Coahuila en 1981. Y Gustavo Madero Muñoz, nieto de Evaristo Madero González, este a su vez, hijo de Evaristo Madero Elizondo, es actualmente senador por Chihuahua y cierra –al menos por ahora-, éste círculo del poder.

La revuelta de los Madero y otros hacendados mexicanos no permeó en el pueblo de México. Sin en un principio convencieron a la Nación que su movimiento era a favor de los pobres para dotarlos de una justa repartición de la riqueza, pronto los mexicanos y sus propios líderes revolucionarios identificaron el garlito.

En menos de tres años de gobierno, del 6 de Noviembre de 1911 al 19 de Febrero de 1913, Francisco I. Madero dio muestras de su distanciamiento con las clases populares. Apenas asumiendo el poder, su mandato se caracterizó por encabezar un gobierno democrático pero poco identificado con las clases marginadas y por conservar en su gabinete antiguos porfiristas.


Fue en ese contexto que Emiliano Zapata se levantó en armas el 25 de Noviembre –apenas 19 días después de la llegada de Madero a la presidencia-, en contra del novel presidente y estatuyó el hoy conocido Plan de Ayala, en el que desconocía al jefe del ejecutivo.

Los campesinos y el propio Zapata veían en Madero y su familia lo que en verdad eran: la burguesía que tenía a los mexicanos sumidos en la pobreza. Francisco I Madero persiguió a Zapata y su movimiento. Los pobres y la repartición justa de la riqueza nunca fueron los intereses de la familia Madero, inmortalizados por el gobierno de México en los libros de texto, como los héroes que iniciaron la Revolución Mexicana.

Como hoy, la clase política gobernante en México confabula y negocia de acuerdo a sus intereses de grupo, no a los intereses de la población, que continúa en 40 millones de mexicanos, esperando salir de la condición de pobreza extrema.

Emiliano Zapata, Francisco Villa y las Adelitas son la parte romántica de las historietas que el Gobierno mexicano plasma en los libros de texto de la educación primaria de nuestro país.

Pero para los hoy pocos ancianos que lucharon al lado de estos hombres y que aún son prueba viviente de la refriega, así como para el grueso de los mexicanos, Zapata y Villa son el orgullo de un tipo de mexicano que se niega a desaparecer.


El hartazgo generalizado de los mexicanos de 1910 por las condiciones de pobreza en que los tenían los hombres del gobierno y los hacendados, que en muchos casos eran los mismos, como el caso de los Madero, supo ser aprovechado para el beneficio personal de los propios opresores.

Los rancheros –que sabiendo interpretar el reclamo popular- se convirtieron en líderes revolucionarios, como Zapata y Villa, no alcanzaron a divisar cómo los políticos de entonces usufructuaron con su lucha a mansalva, a favor de su clase, la burguesía política, sin cumplir su promesa original del reparto justo de la riqueza, argumento con el que los Madero iniciaron la reyerta.

Países europeos como Alemania, Francia, Italia y España entre otros, entraron al primer mundo en menos de 40 años tras quedar devastados por las batallas de la Segunda Guerra Mundial.

Mientras eso sucedía en Europa, en México, “la familia revolucionaria” tuvo la oportunidad de gobernar en tranquilidad y en un estado de abundancia, no muy diferente a las condiciones actuales. Sin embargo los resultados son tan distantes como ridículos, pues mientras los europeos van a la cabeza de los países altamente desarrollados, en México todavía competimos con éxito en el renglón de la corrupción, la pobreza y la miseria.

El reciente informe del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) y del Consejo Nacional para la Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) sobre la situación de pobreza en México es contundente. Aquí la parte sustantiva de este reporte:
En México, de 20 millones de hogares con población entre 0 y 17 años, 1.6 millones (8%) presentaba en 2008 reducción en la ingesta de alimentos y hambre, mientras que para 2009 la cifra se disparó hasta 3.4 millones (17%).
El estudio denominado “La niñez y la adolescencia en el contexto de la crisis económica global”, establece además que en el mismo periodo los hogares con pleno acceso a la alimentación cayeron de 53% a 43%.
Se resalta que “el cambio más dramático” se observó en el porcentaje de hogares que declaró que algún niño había comido menos de lo que debería, el cual pasó de 14% a 26%, mientras que más de 50% de los hogares estudiados manifestaron haber presentado una reducción en sus ingresos.
Hasta aquí este informe.
Los hechos de 1910 incluso anteriores, revelan que desde hace más de cien años los políticos mexicanos son demagogos consumados. Prometen y como siempre, no cumplen, no al interés de la comunidad.

El presidente Felipe Calderón Hinojosa se empeña en promocionar con millones de pesos del erario público, una fantástica historia que busca dar sustento a un sistema político decadente del que procede la clase política mexicana en su conjunto y él mismo.

Y aunque el triunfalismo gubernamental sea mucho, hoy cien años después de la Revolución Mexicana, aún seguimos en el tercer mundo.
Publicar un comentario

Comentarios