Borge y Julián: ¿hora de cambio de estrategias?


El “escándalo Villa” pone en jaque la política de seguridad del gobernador. Se trata, además, del funcionario emblema de su gobierno; los demás son reciclajes de sexenios anteriores. ¿Ha dado resultados la política de “mano dura” en seguridad, política y prensa? Del lado de Julián Ricalde, la gran duda es mantener la amistad abierta que hoy le profesa al gobernador, o buscar una sana distancia para consolidar su nombre en la oposición. La postura de Marcelo Ebrard ante el gobierno federal podría ser un buen ejemplo a seguir.

Por: Hugo Martoccia

La agenda pública ha puesto a los dos políticos más importantes del estado ante una encrucijada. A cinco meses de gobierno, el gobernador priísta Roberto Borge Angulo, y el alcalde de Cancún, el perredista Julián Ricalde Magaña, se enfrentan a la primera prueba fuerte sobre el rumbo de sus respectivas administraciones.

Al primero lo ha sacudido el escándalo en el que está envuelto su secretario de Seguridad Pública, Carlos Bibiano Villa Castillo. Dos escoltas de éste son los principales sospechosos de asesinar a un compañero en un episodio confuso.


El caso es que el propio Villa ha sido actor central en los hechos, y defendió a capa y espada a sus muchachos. La  suerte del general, entonces, debería ir pegada a la de sus hombres, que ya están en manos de la justicia.

Julián Ricalde se enfrenta a la presión de los partidos opositores para que juegue un rol central (el que debe jugar, en realidad) en el frente político que quieren armar para frenar la arbitraria distribución de recursos desde la Secretaría de Hacienda estatal.


Para colmo, el alcalde de Cancún también ve que el regreso de Gregorio Sánchez le abre un frente interno en el PRD, justo en momentos en que la justicia electoral ha ordenado una amplia renovación de sus organismos dirigenciales.

El gobernador y su secretario

El caso de Bibiano Villa se ha convertido en un enorme problema político, porque se trata del funcionario de gabinete más ligado a una decisión política propia de Roberto Borge; el resto del gabinete son personajes reciclados del gobierno de Félix González Canto y de Joaquín Hendricks.

Bibiano Villa fue la apuesta de Borge para pacificar el estado, para devolver el control de la seguridad pública a la fuerzas del orden, y mantener a raya los grupos del crimen organizado que se asientan en Quintana Roo.


Nada de eso logró el militar retirado. Pero, además, ha creado a su alrededor un entorno de prepotencia e impunidad que lo aleja de la sociedad, de la tropa policial, y, a la larga, lo debería alejar de su actual jefe político y de su cargo.

La andanada verbal contra el general en medios ligados al gobierno, dan la idea de que su sentencia está firmada y es cuestión de tiempo para que deje el cargo. Si no es así, el problema será aún mayúsculo para el gobernador.

Si decide sacar a Villa, Roberto Borge deberá no sólo cambiar el nombre del funcionario, sino una estrategia de seguridad que no ha sido correcta. El problema es que en estos cinco meses de gobierno, Borge ha demostrado que la autocrítica no es su fuerte, y podría decidir sostenerlo para no demostrarse débil ante los que él considera sus enemigos políticos.


Si tomara ese rumbo, el daño que esta decisión pudiera causar en su gobierno es impredecible, porque el mandatario tiene abiertos otros frentes políticos de resolución indefinida.

Una de las últimas novedades de los pasillos políticos dice que Roberto Borge no escucha a su secretario de Gobierno, Luis González Flores. Se trataría, de ser cierto, de una rareza sin igual: González Flores se instaló en este gobierno para darle consistencia política y garantizar la “mano dura” del gobierno a la hora de distribuir órdenes, como publicó Expediente Quintana Roo al inicio del sexenio.           

Sin embargo, queda claro que la parte más dura de la política de este gobierno, como la que se ha llevado adelante contra la prensa independiente, ha salido de oficinas que están más abajo del organigrama político pero más cerca del estilo operativo del gobernador.  


Quizá por eso esta última no ha sido una política exitosa, más allá de que sus gestores le hayan vendido (muy caro, por cierto) otra verdad al mandatario estatal.

Sólo hay que darse una vuelta por las redes sociales, los medios de internet, y los medios nacionales, para darse cuenta de que ese estilo va directo a construir una imagen política que ningún gobernador quisiera tener.

El dilema de Julián  

Los problemas de Borge se unen en varios puntos con los de Julián Ricalde. El principal de ellos, por supuesto, es la relación que el primer edil de Cancún quiere mantener con el mandatario estatal.

Ricalde ha hecho todo lo posible por evitar conflictos y mandar un mensaje permanentemente conciliatorio y hasta amistoso con Borge. Sus aliados políticos naturales, o sea el PRD, el PT, Convergencia y el PAN, lo han urgido a preguntas: ¿Cómo mantener esa postura si ya sentimos en nuestros gobiernos el acoso político y financiero del estado? ¿Cuánto debemos esperar para que el estado venga por nuestras cabezas, como lo hace con su “aliada” Edith Mendoza, la alcaldesa de Tulum?.

Esas dudas son reales. El estado (como ha sucedido siempre, vale aclararlo) maneja a discreción el envío de fondos a los municipios, y los pone en constantes aprietos. Además, la estrategia de “apriete” tiene que ver irremediablemente con el entorno político: si la oposición critica al gobernador, sus gobiernos sufren.


Julián Ricalde sabe que su relación con Borge es ficticia y que tarde o temprano terminará en malos términos. Pero por el bien de su gobierno quiere que ese momento llegue lo más tarde posible. Sin embargo, parece que los tiempos se acortan, porque no sería políticamente rentable para él que sus aliados estén enfrentados al gobernador, y él se mantenga como su amigo predilecto.  

Una anécdota reciente pinta de cuerpo entero como está la situación. Semanas atrás la oposición buscó reunirse en Bacalar. El propio gobernador Roberto Borge le habló a Julián Ricalde y le dijo que eso era una declaración de guerra. El alcalde de Cancún lo conminó a mantener contactos con la oposición y darle espacios a sus reclamos, para mantener una relación sana.

Borge dijo que sí pero no lo hizo; prefirió instruir a Luis González Flores para que presione a los opositores, por los métodos que sean necesarios, para que suspendan ese encuentro. La oposición lo hizo, pero luego no hubo ningún acercamiento del gobierno con ellos, y el clima volvió a tensarse.

La anécdota es válida porque deja en claro cómo se entiende la actividad política en este sexenio. Si la oposición se reúne o si la prensa independiente presenta notas críticas, es “chantaje” o mala fe; la alabanza a los actos de gobierno, o mirar convenientemente hacia otro lado cuando las cosas están mal, es un acto que aporta a la democracia y la paz social.       

Ante semejante escenario, quizá Julián Ricalde debería asumir que es la hora de encontrar una estrategia para mantener relaciones sanas, pero a la vez distantes, en los hechos y en la retórica, con el gobierno del estado. 

En el entorno del alcalde admiran al Jefe de Gobierno de la Ciudad de México, Marcelo Ebrard. Deberían ver, entonces, que el perredista, sin pelear, ha mantenido una clarísima distancia del gobierno de Felipe Calderón, sobre todo marcando claras diferencias conceptuales e ideológicas en la forma de gobernar.

Una parte de ese camino comenzó a transitar el edil de Cancún con la entrega de útiles a los alumnos de educación obligatoria, pero debería modificar y profundizar un discurso de izquierda que es, al fin y al cabo, lo que la gente votó.

El regreso de Gregorio Sánchez al estado ha complicado las cosas para Ricalde, porque puso de cabeza todo el esquema que su grupo político tenía para mantener el control del PRD desde el Consejo y la dirigencia estatal. Gregorio Sánchez quiere lograr pelear la estructura interna del partido a los ricaldistas, y el resto de partidos de la oposición sólo está a la espera de encolumnarse detrás del liderazgo que le reporte más apoyo y votos.

Este último problema llega en un momento crucial para conocer el destino de esta administración. 
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