“Las guerras mediáticas con balas de lodo, vistas en perspectiva histórica”: Aquiles Córdova Morán


México, D.F.- El dirigente de Antorcha Campesina, Aquiles Córdova Morán, cuestionó en un comunicado, la información que sobre hechos históricos de trascendencia social, se han vertido en medios de comunicación a lo largo de los años, haciendo referencia a las “guerras mediáticas”.

Aquí el comunicado:

La historia, en todas sus dimensiones, sirve para muchas cosas. Es la maestra de la humanidad, según dijo Cervantes; y es casi un tópico la sentencia de que los hombres y los pueblos que no conocen u olvidan su pasado, están condenados a repetir sus errores.

Marx le otorgó una nueva e importante dimensión al decir y demostrar que el exacto conocimiento de un hecho o fenómeno que, contemplado en su etapa de madurez, parece inextricable o de muy difícil penetración, se vuelve sencillo y transparente si se le estudia a partir de su inicio en el tiempo, si se le sabe sorprender en el momento y en la fuente misma de su nacimiento y se le sigue luego, paso a paso, a lo largo de su desarrollo.

En una palabra, si se estudia con cuidado y rigor la historia del problema. El saber la historia de una nación es indispensable, además, para poner en perspectiva histórica todos o la mayoría de los problemas que, en cierto momento, pueden interesar al investigador o a quien sea que necesite conocer las causas, los contenidos y las consecuencias de uno o varios de ellos.

La historia se revela aquí como un poderoso instrumento de conocimiento científico, como recurso eficaz para comprobar o rechazar una teoría o explicación de un fenómeno que haya sido construida, en un primer momento, a base del puro razonamiento lógico.

Quien no sólo conoce hechos, episodios, nombres, fechas y hazañas de personajes destacados, etc., sino también las causas profundas que los determinan y conectan en un todo coherente, superando con ello su dispersión y falta de conexión aparentes, puede, con mayor certeza que otros, hallar el hilo de Ariadna que lo saque con éxito del intrincado y abigarrado laberinto de sucesos de toda índole que configuran el panorama cotidiano de las sociedades de nuestros días.

Creo no equivocarme si digo que hoy en día no hay una sola opinión bien informada que no sepa de la guerra político-mediática que se viene librando desde siempre en contra del Movimiento Antorchista Nacional, y que no sepa de memoria los insultos y las calumnias más repetidos en contra de nuestra organización.

Ni creo tampoco que haya quien ignore las descalificaciones, las injurias y las groseras distorsiones del ideario, los objetivos y los resultados de nuestra lucha y ¡cómo no! las imputaciones de delitos de toda índole que culminan, casi siempre, con llamados abiertos al encarcelamiento de los dirigentes y a la represión de la masa, para “poner un alto definitivo” a los abusos de esta lacra social.

Este conocimiento generalizado es la consecuencia natural de la persistencia y de la antigüedad (de 40 años, los mismos que tiene de vida el antorchismo) con que se ha mantenido la guerra mediática que digo, misma que utiliza, exclusivamente, pellas de barro y de excremento como proyectiles. Ahora bien, es imposible no darse cuenta de la intensificación y mayor agresividad que tal guerra ha experimentado en este nuevo sexenio. Este hecho contradice frontalmente a quienes se han hartado de llamarnos “paramilitares”, “paleros incondicionales del PRI”, “brazo armado”, “porros de gobiernos y gobernantes priistas”, y, sólo a título de ejemplo, “organización corrupta” creada por el salinismo “para combatir a sus enemigos políticos” (¿).

Pero ahora, el duro lenguaje de los hechos está diciendo en alta voz que los “enemigos políticos” contra quienes supuestamente se creó Antorcha, se han convertido en los mejores aliados de sus contendientes de antaño, y que comparten con ellos el poder y el presupuesto del país en buena paz y compañía, mientras que los “paramilitares”, el “brazo armado”, los “verdugos de la izquierda”, siguen siendo, sólo que ahora con nuevas tretas y mayor saña e intensidad, el blanco casi único de la guerra de exterminio.

Una mente sana y equilibrada no puede seguir creyendo, sin abdicar a su condición de bípedo racional, toda la batería de injurias, distorsiones, acusaciones y amenazas (cumplidas y por cumplir) que se manejan en nuestra contra; no puede permanecer aferrada a sus prejuicios ante hechos tan terribles como el asesinato de transportistas y de su abogado defensor; amenazas de muerte y de secuestro contra los líderes antorchistas; allanamiento de sus domicilios y de las casas de estudiantes donde habitan sus hijos;  tiroteos a manifestaciones y funcionarios municipales antorchistas, seguidos de una campaña de terror para sembrar miedo y odio en la población; y, para abreviar, como el secuestro de don Manuel Serrano Vallejo, padre de la alcaldesa de Ixtapaluca, y la multimillonaria guerra de espectaculares y volantes, pagada con dinero público, que le ha seguido.

Pero es verdad que también hay antorchistas que, ante la irracionalidad aparente de todo esto, se inquietan, angustian y preguntan. Es para ellos, precisamente, que pongo los hechos en perspectiva histórica. Una ley del desarrollo social dice que todo grupo que llega y se mantiene en la cúspide de la pirámide social, no sólo pierde el interés en el cambio y mejoramiento de las cosas, sino que se torna un enemigo irreconciliable de tal cambio y de quienes se empeñan en promoverlo.

Pero como el movimiento perpetuo de todo lo que existe en el mundo es ley universal que no obedece a la voluntad de nadie, las clases poderosas, al pretender suprimirlo, se colocan contra la razón, la verdad y la inteligencia, y, para defender lo imposible, no les quedan más recursos que la mentira, la amenaza y la fuerza. Esto es lo que se trasluce en la guerra mediática contra el Antorchismo.

Para convencerse de esto, echemos un vistazo, p. ej., al decreto de excomunión que el obispo de Michoacán, Abad y Queipo, lanzó contra don Miguel Hidalgo, Padre de la Patria: es un modelo de intolerancia, calumnia y odio feroz contra quien no había cometido más crimen que colocarse del lado de los esclavos del coloniaje español; o revisemos los partes de guerra que rendían al virrey los militares españoles que combatían a insurgentes ilustres como don José Antonio Torres, Albino García, Osorno o los Villagranes, padre e hijo: todos están llenos de calificativos como “bandidos”, “asesinos desalmados”, “hombres sin ley”, “opresores y explotadores del pueblo que dicen defender” y “engendros del infierno” entre otras lindezas . Y hay más: a don Benito Juárez no lo bajaron de “indio mugroso” y de “burro vestido de frac”; a Madero le dijeron “enano con voz de falsete”, fanático ignorante que “creía en los espíritus” y “afrancesado”;  a Zapata lo llamaron “roba vacas” y “el Atila del sur” ; y ¿qué no se ha dicho del “bandido sanguinario” que fue, según los poderosos de entonces, el general Francisco Villa?

Así pues, nada nuevo ni original hay en la campaña de lodo contra el Antorchismo Nacional. Tal campaña, como lo indican los ejemplos aducidos, no es más que una prueba irrefutable y definitiva de que los antorchistas estamos con el pueblo, que somos el pueblo organizado y en lucha por sus legítimos intereses. Las injurias y acusaciones que nos lanzan, compañeros Antorchistas de todo el país, debemos tomarlas como un homenaje involuntario y como un reconocimiento a la legitimidad y grandeza histórica de nuestra causa. ¿O qué? ¿Sería mejor que esa gentuza que se esconde tras los anónimos nos elogiara? ¿No sería esa una clara prueba de que algo iría mal entre nosotros? ¡Hay insultos que honran, y ese es nuestro caso, compañeros! ¡Que nadie dude de eso!
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